Categoría: Ensayos

  • AXEL SELLARS

    Mi relación con Axel Sellars, comenzó en San Isidro, en el Colegio Nacional, cuando durante dos años fue nuestro profesor de literatura; yo era entonces, un adolescente de 16 años, él un profesor australiano de 23, que hacía su tesis sobre literatura argentina.

    De entrada nos cayó bien a todos; era no sólo aire nuevo, sino que vino en jeans, con un blazer azul y se lo notaba incómodo con la corbata. Tenía un aire adolescente, que lo hacía una rara avis entre sus colegas, todos muy formales, cuando no anticuados. Estaba totalmente sorprendido por todas las veces que le preguntábamos ¿Por qué había venido a la Argentina? Nos parecía más lógico, que fuéramos nosotros los que teníamos que partir al exterior.

    Los que hablábamos inglés, comenzamos a practicar un juego que consistía en traducir literalmente expresiones de un idioma al otro. Esto lo hacíamos en juntadas en Pepino, donde nos reuníamos a comer hamburguesas y a charlar durante horas; así “La Concha de la Lora”, pasó a ser “The Parrot’s Cunt”, “Tirame el fideo” devino “Throw me the Noodle”, Perón, obviamente fue John Sunday Big Pear”; un día compramos entre todos un billete de lotería para ganarnos, cosa que no pasó el “Fat of Xmas”. Como contrapartida “Pay attention” fue “Pagá atención”, “Out of the Blue”, “Fuera del Azul”; “Fuck yourself” fue “Autogarchate”; “William Shakespeare” pasó a llamarse “Guille Sacudelanza”. Cuando llegaba la cuenta alguien comenzó a decir “Putting was the goose” y cuando a alguien lo agarraban in fraganti, se impuso el “Bad Milk”.

    Él fue quien despertó mi gusto por la literatura y quien nos alentó a escribir. Una vez nos propuso un concurso literario, que consistía en intentar superar el cuento más corto del mundo. Ante nuestra sorpresa, eufemismo por ignorancia, nos puso en antecedentes. Nos informó que hasta entonces, un tal Augusto Monterroso, figuraba en todas las antologías, como el autor de semejante logro, y que su cuento se llamaba “El Dinosaurio” y que dice; “Cuando se despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”. Eso era todo, pero me deslumbró. Casi sin palabras nos mostraba un mundo: dos monstruos estudiándose. Aún no había terminado nuestro asombro, cuando Axel agregó que los triunfos son tan pasajeros como los fracasos, y que entonces, otro escritor, Luis Felipe Lomelí, lo desafió con “El Inmigrante”, que dice “¿Olvida usted algo? Ojalá”, lo que me volvió a sorprender y entonces Monterroso, nos dijo Axel, lo superó mejorando su cuento: “Dinosaurio, ¿todavía aquí?” Esto provocó a Lomelí que mejoró el suyo, y Axel nos leyó la nueva versión: “Olvido premeditadamente”, y entre risas y asombro nos leyó la última versión de “Dinosaurio”, “¿Rex?” y estallamos en carcajada.

    Axel hizo un largo silencio y alguien dijo que no podía haber algo más corto y que entonces era imposible superarlo. A lo que Axel, irónico, agregó que Lomelí, lejos de amedrentarse lo había superado y que esperaba que alguien de entre nosotros, dijera más con aún menos. Axel hizo silencio, nos escudriñó entre desafiante y sobrador, anunció que el título del cuento de Lomelí, era “Me dejaste sin palabras”, volvió a mirarnos, caminó hasta el pizarrón y escribió

    ” “

    .

    A la edad que teníamos, un triunfo deportivo, la primera novia, la primera vez, provocan una conmoción y todos estábamos deseosos por competir y ganar.

    A la siguiente semana Axel entró en el aula, como siempre lo hacía, cargado de libros que acomodó sobre su escritorio. Apartó un paquete envuelto como regalo y de una carpeta sacó las hojas que le habíamos entregado. Con cara seria anunció que había un ganador indiscutible. Este cuento, nos dijo, cumple sobradamente con los requisitos de la consigna y supera al cuento de Lomelí, menos que esto sería la página en blanco.

    Nos mataba la ansiedad, ¿Quién sería? Los nombres de Inés, Eduardo, Tomás y Ana se barajaban como uno de los probables ganadores.

    “Este cuento, en su despoiamiento, cobija la totalidad, la forma es perfecta e ideológicamente, se acerca a lo que humildemente me atrevería a llamar “la verdad”, whatever that might be”; aseveró Axel. Ahí, me pareció, sospechar al ganador.

    Nombrar -continuó- siempre implica empobrecer,marcar un límite; las etiquetas ocultan. Dios (ya no tuve dudas, iba a ponerme de pie, sin embargo, bajé la vista) ha sido la invención ante la cual nos han hecho creer nuestra insignificancia, nuestra finitud, nuestra sumisión, nuestra imperfección, nuestra ignorancia, nuestra fealdad, nuestra vileza. Por todo ello, es que le hemos atribuido trascendencia, eternidad, perfección, bondad, sabiduría, belleza, justicia, invisibilidad. En nuestra cultura nos expulsó del Edén y nos condenó a fuego eterno en caso de persistir en rebeldía, y otra eternidad en caso de obsecuencia. Aquí Axel hizo una pausa y agregó:El solitario no tiene testigos. Carece de espejo.

    Homero, ciego, nos develó un mundo.

    Platón, libera a su filósofo de la ceguera de la caverna.

    Borges, ciego, nos guía por un laberinto de espejos: el infinito estuario, donde se refleja la infinita llanura.

    Axel se acercó al pizarrón y escribió

    ” DIOS “

    .

    And the winner is, y pasé al frente orgulloso y tímido, me entregó el premio que fue “Historia de la Eternidad” de Borges, hubo aplausos, gritos y abrazos y comencé a salir con Ana.

    Para mañana lean en el diario La Nación el arículo “Todo lenguaje es fascista”, es una crítica que escribí, sobre un texto de Rolland Barthes, lo discutimos, vayan pensando, nos despidió Axel.

    “Bad Milk”, profesor, mañana es”Little Tap’s Day”, es 7 de noviembre, no hay diarios.

    ¿Y eso?

    Vaya pensando magister.

  • DOS GRADOS

    Enero 2019 – Julio 2019. La misma temperatura en Edimburgo y San Isidro. Me agrada que dos ciudades tan distintas compartan la misma temperatura: dos grados centígrados. No puedo decir lo mismo de otros guarismos, en grados de inflación, llevamos amplia ventaja, jamás seremos alcanzados por Escocia.

    Es enero, camino por George Street con el frío de julio, pero sin el cielo celeste de San Isidro, ni el sol plateando el inmenso río. He llegado a la Royal Mille, me detengo ante la estatua de Adam Smith (1723-1790). Who’s that granny? escucho al niño de 9 ó 10 años señalando desde su enfundada mano amarilla al pétreo pensador.

    Un hombre muy inteligente que le enseñó a la gente a usar su dinero con eficiencia.

    Sistema: ese chico estaba aprendiendo, lo que a su edad, yo aprendí de Ángel, el cartero. Me quedé pensando en una situación semejante: un niño le pregunta a la abuela ¿Y ese quién es? San Martín, Urquiza, Alvear, Roca, Mitre, Belgrano, Rosas, Dorrego, Garibaldi están a caballo, blandiendo la espada, alentando una avanzada, ¿Qué contestan las abuelas? ¿Qué sistema les podrían explicar a sus nietos con tantos militares en armas?

    Un día me salí del sistema, pero sin rompimiento, (el mundo es tan vasto, tan extraño, que hay lugar en él para que todos estemos equivocados). Fui Wakefield, me propuse serlo, nunca necesité ser Bartleby: nadie me hizo tanto daño como para decir “I would prefer not to”. Sigo viajando para tratar de entender, ¿para recordar?, nunca para olvidar.

    Edward Thomas Lawrence, nació en Gales, estudió en Oxford, sin embargo en Gran Bretaña, estaba pero sin ser. El día, que en el desierto, vistió árabe, comió árabe, pensó, sintió y balbuceó árabe, comenzó a ser y fue Lawrence de Arabia.

    William Henry Hudson, nació en Quilmes, de padres norteamericanos, pero encontró su ser en la lengua inglesa; ninguno de sus libros sobre nosotros, fue escrito en español.

    “En medio de la confusión aparente de nuestro misterioso mundo, los individuos están tan perfectamente ajustados a un sistema, y los sistemas entre sí y con un todo, que un hombre con sólo apartarse de su sistema un instante, se expone al temible riesgo de perder para siempre su lugar en el mundo. Al igual que Wakefield, puede convertirse, por así decirlo, en el desterrado del universo”, nos recuerda Hawthorne.

    Tal vez como sociedad, la Argentina viene siendo Bartleby, y desde 1930 está diciendo “I would prefer not to”. ¿Qué? Preferiría no crecer, preferiría seguir cantando “combatiendo al capital”, preferiría no hacerme cargo de mis torpezas, de mi desorden en el manejo de la cosa pública, ya que como nos recuerda Borges en el “Evaristo Carriego” (1930), la cosa pública no se entiende como de todos, sino como de nadie, por eso -agrega- robar dineros públicos, no es considerado un crimen en la patria. Preferiría culpar al Imperio Británico, al capitalismo Norteamericano, a los fondos buitres, preferiría que me juzgue la historia, cuya absolución doy por garantizada, preferiría la sumisión al Estado y la bendición del Papa peronista, preferiría por siempre ser Peter Pan.

    Historiadores, economistas, escritores, periodistas señalan mayoritariamente al 6 de septiembre de 1930 como el día del quiebre de la nación, con el golpe de Uriburu a Yrigoyen.

    Vale recordar que trepado al zócalo del auto del General iba el Capitán Juan Domingo Perón.

  • RELACIONES INTERNACIONALES

    Es París, es la década del 30, es el 37 Avenue de l’Opera, es la papelería Brentano’s donde la Embajada de la República Argentina se surte de elementos para escritorio, papeles, tinta, cuadernos donde dejar constancia de las recepciones oficiales.

    Tengo el “Dinner Party Record Book”, donde se registraron, desde el 6 de enero de 1931 hasta el 28 de noviembre de 1934, los almuerzos y comidas que se celebraron en honor de distinguidos argentinos y extranjeros. El cuaderno de tapas de cuero y hojas con bordes en oro, está compuesto por folios dobles, el de la izquierda dice “Plan of the Table”, en el centro tiene trazado un rectángulo: “The Table”, donde se escribirán los nombres de anfitriones y agasajados, y un espacio a pie de página con “Remarks”, el de la derecha dice: “Where given, Date, Occasion”, en el encabezamiento y en la página dividida en dos, se lee en una columna “Guests Present”, y por debajo “Unable to attend”, en la otra “Menu”, seguido de “Wines” y a pie de página “Particulars of Table Decorations”.

    Me detengo en la hoja fechada el 15 de abril de 1933, hay ese día un almuerzo en honor del Presidente de la República francesa Monsieur Albert Lebrun y del Vicepresidente de la República Argentina Doctor Julio Roca hijo, a ser servido en el 39 Avenue Pierre 1er de Serbie. El menú consta de: Trucha Salmonada al Champagne y papas al vapor

    Costillas de cordero Maintenon con puré de alcauciles

    Poulardes Rose Marie con corazón de lechugas a la aurora y

    espárragos verdes en salsa de muselina

    Bombe Francillon y Couques

    Los vinos, Jerez Marqués del Mérito

    Chateau D’Yquem 1929

    Chateau Lafitte 1877

    Champagne Pommery Grenot

    Alrededo de la mesa, además de Lebrun y Roca (h), 20 invitados, son huéspedes del Embajador Tomás Le Breton y su esposa Estela Pereyra Iraola. Miguel Ángel Cárcano, Manuel Malbrán y varios funcionarios que han hecho una parada en París antes de dirigirse a su destino final: Londres, donde el 1 de mayo se firmará el Pacto Roca Runciman al que seguirá el Eden Malbrán. Pacto que consolidará, desde el punto de vista económico, la adscripción de la República Argentina al Imperio Británico, como corolario de la matriz que marcó para siempre desde el despótico y absolutista gobierno de Juan Manuel de Rosas, la preeminencia del Buenos Aires ganadero sobre el resto del país, y que provocó que el senador Matías Sánchez Sorondo dijera “aunque esto moleste a nuestro orgullo nacional, si queremos defender la vida del país, tenemos que colocarnos en la situación de colonia inglesa”.

    Otro hubiera sido el derrotero nacional y democrático de haberse seguido el camino emprendido por Francisco Hermógenes Ramos Mejía y Ross y de su mujer Antonia de Segurola que en 1811 cruzan el Salado, le compran las tierras a los aborígenes, fundan la estancia Miraflores donde se los educará y enseñarán las tareas de la agricultura, la administración y la vida democrática. Rumores de que Ramos Mejía impartía sacramentos entre los aborígenes, alertaron al celoso credo católico, que moviliza al gobernador de Buenos Aires, Martín Rodríguez a escarmentar tamaño sacrilegio, quien apoyado por el omnipresente, vengativo y despótico Rosas, confina a Ramos Mejía a prisión domiciliaria en su estancia de Tapiales (hoy Mercado de Abasto) donde morirá a los 55 años y a cuyo hijo, Rosas hará decapitar mediante un carro que le pasa por el cuello en Córdoba.

    Rosas es el verdadero padre de la patria, creador de la grieta y militante de una manera de gobernar, que imitarán Perón y Kirchner. Si la casta rosista estuvo formada por estancieros amigos y al resto prisión y choclo en el culo, la casta peronista se consolidó con sindicalistas resentidos y empresarios amigos del poder y la casta K intentó afianzrse y quedarse con todo acompañados por montoneros decadentes, narcotraficantes, sindicalistas venales, jueces corruptos y políticos charlatanes y obsecuentes.

  • JUST DO IT

    El 2 de agosto de 1850 David Dudley Field invita a Herman Melville (1819-1891) a un pic nic en Stockbridge, Lenox a realizarse el 5 de agosto. En esa reunión campestre conoce a Nathaniel Hawthorne (1804-1864) de quien dirá, “el cerebro más grande junto con el corazón más grande de la literatura norteamericana”. Por su parte Nathaniel Hawthorne, el 7 de agosto le escribe una carta a un común amigo, Horatio Bridge: “Melville me cayó tan bien que le pedí que viniera a pasar unos cuantos días conmigo antes de dejar estas tierras”. A su vez Melville escribirá en Literary World los días 17 y 24 de agosto, “No digo que el Nathaniel de Salem sea más grande, ni tan grande como el William de Avon. Pero la diferencia entre ambos no es en modo alguno desmesurada. Con no mucho más, Nathaniel habría sido ciertamente William”.

    En el picnic, entre otras muchas cosas y un acercamiento espiritual a primera vista habían hablado sobre la posibilidad de que los Estados Unidos produjeran un escritor de la talla de William Shakespeare.

    Los Estados Unidos, hasta 1850 habían provocado la existencia de Washington Irving (1738-1859), James Fenimore Cooper (1789-1850), Thomas Waldo Emerson (1803-1882), Henry Wordsworth Longfellow (1807-1882), Edgar Alan Poe (1809-1849), Henry Thoreau (1817-1860), Walt Whitman (1819-1892), faltaba poco más de un año para que Harriet Beecher Stowe (1811-1896) publicara su primer libro “La Cabaña del tío Tom” y por supuesto los dos escritores que comenzaron su entrañable amistad en ese picnic.

    Con ese bagaje, que con el tiempo alcanzó la gloria, pero que hasta ese momento, salvo la consagración internacional de Longfellow, y la fama y éxitos de venta de Irving y Cooper, no era demasiado auspicioso, atreverse a competir con Shakespeare, es cuanto menos sorprendentemente audaz.

    Contemporáneos a aquellos escritores norteamericanos, aquí en las Provincias Unidas se había provocado la existencia de Esteban Echeverría (1805-1851), Florencio Varela (1807-1848), Juan María Gutiérrez (1809-1878), Juan Bautista Alberdi (1810-1884), Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888), José Marmol (1817-1871), Vicente Fidel López (1815-1903). A ninguno de ellos se le ocurrió compartir un picnic, (cosa de mujeres), hablar elogiosamente del otro (a ver si piensan que la miro con cariño) y desafiar a Miguel de Cervantes Saavedra con una obra producida en el país.

    ¡Qué picnic! y ¡qué tertulia literaria!, ésta siempre ha sido tierra de machos, de cuchillos, de Juan Manueles y Juan Domingos, de mazorqueros y montoneros.

    De una manera vertiginosa desde 1820 y hasta 1852 la escena político cultural del país bailó al ritmo que le impuso el señor de Palermo que desde los 13 años con la primera invasión inglesa participó en hechos militares y su figura ascendente tanto bajo el mando de Liniers, de Dorrego, de Martín Rodriguez lo consolidó como el caudillo que podía al mismo tiempo encauzar la anarquía reinante, poner un freno al asedio constante de pampas y ranqueles y administrar con espíritu empresario sus enormes extensiones de campo. Su aporte a las letras argentinas fueron “Las Instrucciones a los Mayordomos de Estancias” que escribió en la década del 20, pero que fueron publicadas en 1856 cuando se encontraba exiliado en Southampton, Gran Bretaña.

    “Moby Dick comienza con los 80 epígrafes o extractos, que son colgajos o fragmentos de la aventura marinera del capitán Ahab al mando del Pequod, esa suerte de Arca de Noé de nacionalidades múltiples de la mamífera especie humana en obsesiva búsqueda del Sperm Whale o cachalote en el infinito mar que tanto me aterra. (El mar que me aterra: la esencia misma de mi ornitorrancia).

    Me detengo en sólo algunos de esos extractos:

    “Y Dios creo grandes ballenas”. (Génesis)

    “Leviatán hace que brille una senda tras sí; se diría que el profundo mar es cano”. (Job)

    “Con artificio se crea ese gran leviatán llamado Confederación o Estado (en latín Civitas) que no es sino un hombre artificial”. (Hobbes)

    “España:una gran ballena varada en las playas de Europa”. (Edmund Burke)

    ¿Cómo leo esto?

    Por un lado “Las Instrucciones a los Mayordomos de Estancias” de Rosas, se pueden leer como una introducción a lo que fue su tiranía de los más de 20 años fundantes del país, donde el “ojo” del Estado supervisaba todo de manera obsesiva y se metía hasta con una mazorca en el culo de quien no acatase lo establecido.

    Por otro lado leo “Moby Dick” como una alegoría del Estado (leviatán, es sinónimo de ballena) y de cómo cuando las ideas devienen ideología, requieren necesariamente de un caudillo, (el capitán Ahab) obsesivo, autoritario, fanático que en su locura lleva al Pequod a la destrucción y a su tripulación a la muerte, de la que sobrevive el narrador Ishmael aferrado al maderamen de un ataúd.

    Vendrá luego la devastadora Guerra Civil en los Estados Unidos que generará con el tiempo un grupo de intelectuales Oliver Holmes (1842-1935), William James (1842-1910), Charles Peirce (1839-1914) y John Dewey (1859-1952) entre otros que sostuvieron que las ideas no deben devenir ideología para justificar un estado de cosas considerado por el régimen como dogma y a su lider, o a su mera evocación, como indispensable al “destino trascendente de la nación”, tal como lo expresa Louis Menand en “El Club de los Metafísicos: historia de las ideas ven los Estados Unidos”.

  • LOS CIRUJAS

    Un hombre golpeado en un ojo, vestido con ropas sucias, tirado en la calle, cercano a las vías del tren, me transportó al primer ciruja que vi cuando era niño. Caminaba, entonces, aquel hombre barbado, ensangrentado en la cara, abrigado con un largo tapado gris y descalzo. Me quedé mirándolo por la ventanilla trasera del Chrysler negro que manejaba mi padre, hasta que una curva lo sacó de foco, pero no de mi impresión.

    Al rato, un hombre en una motoneta, con gorra con visera salía de la sede de la Unión de Estudiantes Secundarios, en Nuñez. Un vigilante detuvo el tránsito y le dio paso.

    “Es Perón”, dijo mi padre, “este tipo nos va a llevar a la ruina”. Me imaginé a los cuatro que íbamos en el auto, caminando como cirujas, esto pudo haber sido en 1953 ó 1954.

    Hubo también, durante años, un hombre muy viejo, que se sentaba en un banquito plegable, abría una gran valija de cuero y exhibía pulseras, aros, relojes y así quedaba casi inmóvil, hasta el atardecer, vendiendo sus productos. No era un ciruja, pero también me parecía extraño.

    Dos borrachos correntinos, que dormían en un hueco de un ombú, poblaron por un tiempo los días de futbol y escondidas. Al acostarme tenía la costumbre de rezar, en ese ritual había un ruego por ellos y otros “desamparados”.

    La “Loca María” deambulaba por la estación San Isidro, siempre portando un embarazo animal. También estaba, la señora plena de bolsas y ojos celestes sentada en los umbrales cercanos a la Catedral . Tenía una sonrisa que acentuaba aún más su tristeza. Comentabanque había estado casada con un médico notable. Un día como todos los que habitan la soledad de las calles y la noche, desapareció.

    Siguieron después, en los viajes de la adolescencia por los caminos de América Latina, los cientos, tal vez miles de parias callejeros que llevaban la muerte al descubierto, casi descaradamente, no así el ¿por qué? de su abandono, que muchos explicaban por la Standard Oil, la United Fruit Co., el Rock’n Roll, y yo siempre pensé que era, en gran parte por una prédica constante exhaltando la pobreza como camino hacia Dios.

    Hubo uno en Londres, a la vuelta de casa, siempre ebrio, sucio, casi loco, que un día vi que lo subían a una chirriante ambulancia, tal vez al hospital o la morgue. Vi muchos en París, bajo los puentes del Sena, son los que llaman “clochards”. Eran iguales a los de las películas en blanco y negro. Fueron (son) millones en India. Abundan en New York y en zonas elegantes de Los Ángeles y San Francisco, son los mismos que retrataron Velázquez y Goya. Salvo los de la India, que parecen obedecer a una búsqueda espiritual, para mí, incomprensible o a una aceptación de un destino merecido por lo hecho en vidas anteriores, forman parte de la Comedia Humana. Son como perros vagabundos, A veces me recuerdan a Macedonio Fernández, abogado, que tras la muerte de su gran amor se echó a andar los caminos, otras a Néstor Sánchez, escritor, abandonado, errando por las calles de New York, como buscando las palabras de nuestra condición efímera.

    Los cirujas tienen algo de Bartleby, de Wakefield, de Whitman. Dan la impresión de llevar sobre sus hombros todo el peso de la humanidad sin sentido. Hoy no intento comprenderlos; los acepto como la chatarra de hierro obsoleta que luego de fundida dará origen al pulido acero. Algo les produjo una herida que les impidió luchar y triunfó el abandono y después, como también les ocurre a los reyes, la tristeza y el solitario e inapenable final.

  • NEW YORK 2003

    Tenía, más bien debía, es más, es lo único que todos esperábamos de ella: grande, obesa, negra, con anteojos, uniforme y gorra del New Jersey Transit; me recordó a Toni Morrison, tal vez, porque además, yo había abordado el tren en Morristown, rumbo a Penn Station, New York. Cuando se esperaba de ella “tickets please”, dijo, mirándome a los ojos “what’s your secret?”, ahí entre Chatham y Summit, mientras mi vista iba desde los jardines poblados de robles, abedules y maples añosos en las casas linderas a las vías, hasta la patilla rota y adherida al marco con cinta transparente de los anteojos del señor de elegante traje azul, camisa blanca y corbatas a rayas celestes y beiges, que leyendo el New York Times, sin inmutarse y perfumado estaba sentado frente a mí.

    “Everybody has a secret”, repitió ya perdiéndose en el otro coche. Mi pensamiento iba desde los operarios latinos y sin documentación que se agolpaban en el playón de la estación de Morristown a esperar que llegaran los camiones que los llevarían a trabajar en la construcción y a la conversación durante el desayuno mantenida con Meg y su marido, demócratas y partidarios de la libre inmigración y a la que mantendría con Patricia, republicana, una “wasp” pura y orgullosa de serlo, durante el almuerzo al cual estaba yendo. Mi asombro fue tal como si al ir a ducharme, en vez de sentir el marmol, mi pie se hubiera apoyado en una superficie de plumas. Había estado pensando también, porque el pensamiento es como un racimo de uvas, mientras pasaban Convent Station, Madisoin, Chatham en el muelle de Pacheco, en la estación Anchorena, frente al río en la ciudad de San Isidro y en “El Ombú” de La Lucila, cuando intespestivamente, como una catástrofe, no del tipo caída de las torres gemelas, hundimiento del Titanic, Oscar López de Curuzú Cuatiá clavando su bayoneta en Peter Morris de Leeds y viendo como del pecho partido manaba un chorro de sangre en la batalla de Mount Longdon; sino de esos cataclismos verbales o gestuales: la mano enorme del portero de la funeraria, donde velaban a su padre, cubriendo el rostro infantil de Eva Duarte, impidiéndole la entrada porque ese era el velorio de la “familia de verdad”, o del tipo: “también murieron argentinos y no sólo judíos, en el atentado a la Amia”, como dijo un senador; o “negro de mierda” como se dice en el país, cuando se quiere agraviar a alguien. Así, de esa manera me golpeó el “everybody has a secret”.

    Caminé por Broadway hasta The Strand (18 millas de libros), encontré, como siempre, lo que buscaba y mientras me dirigía a Shakespeare and Co., sólo veía icebergs. El 90 por ciento de lo que a cada uno de nosotros nos conforma, está bajo la línea de flotación. Mientras recorría los estantes del subsuelo y volvía a encontrar lo que había ido a buscar, miré a mi alrededor, y la cara de la mujer de vestido violeta, cara de por lo menos 30 años de matrimonio, que me sonrió y dijo “Hi!”, como siempre hacen los estadounidenses cuando uno fija la mirada en ellos por unos segundos más de lo que consideran necesario en el pasaje de un objeto a otro y yo sonreí y contesté de la misma manera, sobrevoló el “everybody has a secret”.

    En la caja, la de violeta se encontró con la otra parte de los 30 años y otra vez Helen y Jim o Peggy y Malcolm o como carajo se llamaran y la cajera diciéndome “have a nice day” y todos los miles que caminaban por Broadway hasta Prince eran témpanos a la deriva, derritiéndose en el verano caluroso de New York. Esquivando picos nevados e imaginando que la señora que recién había pasado, guardaba escondido en el fondo de la bolsa de papel de la compra en el Farmer’s Market de Union Square, de la que sobresalían puerros y hojas de lechuga, un consolador, grueso, negro, rugoso, y que el gordo con la remera con la lengua de los Stones, caminaba “with a knife under the cloack”, con el que degollaría esa tarde, en el Bronx a su amante cubano, seguí adelante, ya sudando en ese glaciar de secretos: las ciudades como galpones de secretos, los edificios como containers de secretos, la historia universal como una enmarañada jungla de misterios.

    ¿Qué secretos se llevaron a la tumba mi madre y mi padre?

    *******

    Después de almorzar en Café Fanelli, en Mercer y Prince, Patricia me acompañó hasta Three Lives and Co.

    ¿Entonces vos crees que cerebros y corazones esconden otra realidad?

    Creo, Patricia, que más allá de lo que decimos hay algo más que motiva todo lo que hacemos, y ese es el secreto, aun para nosotros mismos, quiero decir que además de mis ganas de verte y de pasear por esta ciudad que amo, hay algo que me impulsa a venir que tiene que ver con eso que llamo secreto.

    Y el tuyo ¿cuál es?

    Patricia subió al taxi, y con la mano como si fuera una pistola, le apunté. Sonreímos. Entré en Three Lives. Volví a encontrar lo que buscaba y caminé luego por Broadway y la 5a Avenida hasta Central Park y me tiré en el pasto mirando hacia el Plaza. Ahí nomás, a pocos metros, en el 240 de Central Park South, yo había alquilado unos años atrás un departamento. Era 31 de diciembre entonces, estaba helado después de intensa nevada. Había sido mi primera vez en New York. Estaba fascinado. La recorrí siguiendo los pasos de Peter Stillman, es decir Paul Auster me guió, como Pessoa en Lisboa, como Joyce en Dublin, como siempre Borges en Buenos Aires.

    Siento a Central Park como el ombligo de New York. Tirado en el pasto, la cresta de los edificios parecen girar y me reducen a una pelusa en el pliegue de ese ombligo. Pensé en frío, en parque blanco, en noche ventosa, en soledad abyecta, en abandono, en pordioseros y en los 375 dólares que Néstor Sánchez (1935-2003), encontró en una billetera que le estaba destinada en algún lugar del parque. En ese tiempo, sólo había leído de Sánchez, “La Condición Efímera” y cuando mucho después leí “Hawthorne” que Sánchez había publicado en 1970, comprendí que “Wakefield” de Hawthorne, era Néstor Sánchez, pordiosero, cumpliendo con el deseo, que es parte del iceberg, que tras una sonrisa, los aplausos, el premio, la consagración, hace, sin embargo, que cuando menos uno se lo espera, ése, el consagrado se pega un tiro, huye al desierto, se hace vagabundo, se arroja al mar desde un acantilado, deambula por New York durante siete años, por la misma razón por la que “econtró”, Sánchez, los 375 dólares, o por similar razónpor la cual, me dedico a viajar, o el colibrí a quedarse suspendido frente a la flor de hibiscus, o el cóndor a planear dibujando un invisible laberinto en los Andes.

  • ABC………X…..Z……Y……………..

    Hubo un tiempo, entre finales de los 60 y hasta 1982, que podríamos llamar, con el objetivo de abreviar,”los 70″. Fueron años de sangre. Se estaba pariendo una nueva versión del eterno desastre.

    Como en anteriores capítulos de la saga, las posiciones eran polares: ‘sistema’ o ‘revolución’. Parecía no haber alternativa posible.

    Opté por la ‘epojé’.

    La ‘epojé’, es una puesta entre paréntesis, jamás una huida. Huir es renunciar a los malestares de todo sistema, aprovechándose de los huecos que el mismo sistema permite. La ‘epojé’ es, en cambio, una búsqueda.

    Bartleby, el escribiente, es alguien que huye.

    Wakefield, es una ardua suspensión.

    Bartleby prefiere no hacerlo, pero cobra su sueldo y duerme a escondidas en la oficina que detesta.

    Wakefield, laboriosa y premeditadamente se retrae.

    Bartleby es un parásito. Wakefield un intento.

    Wakefield es (¿ ?), Bartleby es (XXX).

    Wakefield es un escéptico, Bartleby un nihilista.

    Wakefield está aturdido, confundido, quizás equivocado. Bartleby decidió no ser.

    Wakefield duda. Bartleby niega.

    Wakefield apuesta y pierde. Bartleby no juega.

    Wakefield es un temerario. Bartleby una ausencia.

    Wakefield regresa a su casa donde están el hogar encendido y su mujer (¿esperándolo?). Bartleby desaparece de la misma manera en que apareció.

    Wakefield tiene futuro por tener un pasado, Bartleby no tiene pasado por tanto carece de futuro; es un mero ‘Present Continuous’: “I am prefering not to”.

    Me llamo Alejo Santos: como Wakefield regresé.