Es una fría y destemplada mañana de invierno, es 2018; tomo el tren de las 5.15 am en la estación San Isidro. Al pasar las estaciones, veo como se van encendiendo las luces en los departamentos de los edificios. En una hora cuando este tren esté volviendo hacia Tigre, la gente irá poblando estos coches, ahora casi vacíos; ni siquiera los celulares se atreven a interrumpir el sueño de los pasajeros. La nutrida caravana de mendigos, tullidos reales y ficticios, profesionales de la lástima, vivillos, vendedores ambulantes y raperos saben que a esta hora no hay mercado para sus ofertas. Los rigen las mismas reglas que a Wall Street, ningún agente de bolsa se presentaría a estas horas a las puertas del número 11 de aquella calle del bajo Manhattan.
Donde si hay mercado es hacia donde me dirijo, el Mercado de Hacienda de Liniers, en Mataderos. Chequeo en el celular: 11366 animales que serán puestos a la venta a partir de las 8 horas. Voy a mostrar el proceso de comercialización a dos turistas belgas a quienes encuentro en un hotel de Recoleta. Es una de mis tareas. Nos esperan un auto y el chofer.
Ya va amaneciendo al entrar en la avenida General Paz rumbo a los Corrales. Al igual que en Manhattan, aquí hay un toro de bronce, está en una plazoleta frente a una carnicería cercana a la entrada del centenario mercado.
Más allá de lo laberíntico de las pasarelas en altura donde nos entreveramos con rematadores, carniceros, matarifes juzgando la calidad de estos miles de vacunos guiados por los reseros hasta el pesaje, después de la venta y de ahí hasta los camiones que los llevarán al faenado; me gusta instalar la idea que estamos asistiendo a una ópera, donde tañen campanas anunciando la obertura; irrumpe el coro de mujidos, repiquetea el martillo del rematador sobre la baranda como un invasivo timbal, el chirriar de las puertas de las balanzas suenan a desafinados violines, el tronar de los cascos de los caballos y los cientos de tenores, barítonos y sopranos que incitan a las vacas a marchar forman la escenografía de este teatro salvaje.
He visto una pintura de Bacle de 1832 “Corrales del Abasto”, donde se ve al fondo la casilla del juez del matadero: son los ojos del estado, los ojos de Don Juan Manuel, cuya esposa Doña Encarnación Ezcurra, es la patrona de los carniceros.
Asteriones simple, negros y colorados. Lo imagino a Borges, como un Teseo criollo conduciendolos hacia su destino final.

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