Marcel Proust, (1871 – 1922) le dedicó siete tomos a buscar el tiempo perdido. Su afán fue, es obvio, temporal.
Samuel Beckett, (1906 – 1989), con el pesimismo, pero también con el particular humor del que sólo los irlandeses son capaces, intentó infructuosamente ubicar a la memoria en lo espacial.
Jorge Luis Borges, (1899 – 1986) ejercita una memoria enciclopédica, intenta plasmar en la búsqueda de los libros de los libros, que para él no fue la Biblia, sino la decimo primera edición de la Enciclopedia Británica el misterio del tiempo evanescente.
Yo, Alejo Santos, (ciudadano argentino) busco en la recreación de los recorridos (mis bitácoras), también sin conseguirlo, imitar el fluir del río que no deja de cambiar, para ser uno y el mismo. Intento al desterritorializarme, ser, no siendo, pero siempre regreso. Tampoco puedo salirme de la eterna calesita argentina que me transforma en un Sísifo de la llanura infinita.
Marcel Proust, ha hablado de la “memoria involuntaria”, que es aquella que es incitada a volver al tiempo engañosamente perdido a partir de un sabor, de un olor. Su famosa magdalena, es el desencadenate del recuerdo que inutilmente intenta asir.
Samuel Beckett, fragmenta ¿divorcia? a la conciencia, de los objetos, “res cogitans” y “res extensa” se baten en un duelo eterno y sin sentido, que a la larga no puede terminar más que en el absurdo de esperando a God-ot. Por momentos parece estar persiguiendo a un Joyce que se le escabulle por el laberinto de Dublin.
Jorge Luis Borges, se busca en un espejo que hace años que le devuelve una imagen invisible. Intenta construir una torre de razón, sabiendo “que todas las empresas del hombre son igualmente vanas”.
yo, Alejo Santos, espero ver mi rostro dibujado con los surcos de los itinerarios recorridos, asestar el golpe mortal en el memorioso Funes y saltar de la eterna calesita al Río que fatalmente me llevará al mar que vanamente vengo eludiendo.

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