Es enero 2022, la sensación térmica es de 41 grados; el sol insolente. Al mediodía, pasó un amigo, bebimos Gin Monkey con tónica, repetimos, luego partió.
Después de almorzar langostinos y arroz con curry, acompañados de un chutney casero de sauco y frambuesas, dos copas de un resto de Pommery de la noche anterior, un bowl de arándanos con raspadura y jugo de lima y un café, me puse a pensar; porque yo tengo que explicarme las cosas, pues por algo estudié filosofía ¿no? Un filósofo está para eso: para tratar de explicar de qué se trata, esto de andar dando vueltas por el mundo.
¿Qué estoy diciendo con me puse a pensar? Me tiré en el sofá con el aire en 15, porque hace un calor de órdago, me saqué, las zapatillas.. Sería más preciso decir que me puse a divagar, cavilar, meditar, hurgar, imaginar, delirar, recordar; es decir, me dejé llevar por lo que la cabeza, los dos Monkeys y las copas de Pommery me permitieron.
¿Qué significa pensar?, sí, el libro de Heidegger, el que está en el estante superior, pero no voy a treparme a la escalera en estado de euforia Monkey-Pommeraniana a meterme en los vericuetos del “Dassein”, el “estado de yecto” y en que los hombres de hoy no piensan de la manera en que deberían hacerlo (¡cómo si hubiera una manera Herr Professor!). No, mejor sigo con lo mío, que es esa mezcla de discurrir mental que no es la manera en que debe haber pensado, digamos Kant.
Kant en Koeninsberg, metódicamente dando una vuelta por la plaza, siempre a la misms hora, al punto que los vecinos ajustaban los relojes de acuerdo al pasar del filósofo, mientras mentalmente le daba forma a que el problema de la Crítica de la Razón Pura, era resolver cómo son posibles los juicios sintéticos a priori e intentaba ocultar, sin conseguirlo, una erección.
Me quedé dormido. En el sueño aparecieron la cruz en el pecho y la pistola en la cintura del sacerdote Sánchez Abelenda, Interventor de la Facultad a cargo de la cátedra de Metafísica y yo discurriendo sobre Kant e intentando explicar (para aprobar la materia y graduarme) que la supervivencia de la Metafísica dependía de la respuesta a la posibilidad de los juicios sintéticos a priori, situación a la que David Hume, había sido hasta entonces, el filósofo, que más se había acercado a la solución.
Esas imágenes oníricas, me remontaron a mi lugar secreto, en la casa de mis padres. Cumplidas las tareas escolares, después del baño y la comida, cuando la familia dormía, salía a la terraza, me trepaba al techo y me acostaba de espalda sobre el tejado a mirar las estrellas,a fumar y a aliviar las ereccioines adolescentes. Era la hora en que pasaban las chatas areneras por el río. Desde la calle no se oían, pero de noche, cuando el barrio dormía, daban la impresión de estar muy cerca, por más que nuestra casa estaba a seis cuadras de la costa. Imaginaba, entonces, a las barcazas rumbo al delta y entrando luego al desmesurado Paraná y después al río Uruguay, de donde traían la . arena para la construcción. Las imaginaba pasando a lo lejos, por el canal Emilio Mitre, frente al muelle de Pacheco. ¿Cómo se vería el río de noche?
Desde ese lugar secreto, el misterio del mundo, parecía tenderme una mano. Cuando muchos años después estudié la Crítica de la Razón Pura, cada vez que llegaba a aquello de “la ley moral dentro de mí y el cielo estrellado sobre mi cabeza”, me era imposible no incorporar el traqueteo de las barcazas al pensamiento de Kant, ni el desparpajo “insolente” de Diógenes de Sínope exhibiendo los fluidos de su cuerpo. Y en esa mesa examinadora de Metafísica, el crucifijo en el pecho, señalaba de qué trataba la metafísica y la pistola en la cintura era símbolo elocuente del traqueteo de la metralla con que se asesinaba a quien se opusiera a la verdad, ya no de Kant, sino del gobierno de López Rega e Isabel Perón. Tengo otras imágenes de la Facultad de Filosofía: la policía entrando en el Aula Magna y desalojándola y luego los caballos de la Montada, en el vestíbulo y sus jinetes manejando la cachiporra con certera eficiencia sobre cabezas y espaladas de pichones de Nietzsche. La bomba que destruyó la casa quinta del profesor Serrano Redonet. Un coloquio donde después de acalorada discusión sobre Shakespeare y el teatro isabelino en delirante conjunción con el imperialismo yanqui y la guerra de Vietnam, se produjo un largo silencio y Borges dijo algo así como “suscribo todo lo que han dicho mis colegas, pero me place recordar que Hamlet, también formaba parte del sueño de Shakespeare” y se retiró abucheado.
La cruz y la pistola no eran otra cosa más que la versión actualizada de la Santa Federación y la mazorca en el culo. ¿Cómo se piensa en una sociedad donde en la Facultad de Filosofía, cruz en el pecho y pistola en la cintura de un cura toman examen de Metafísica?
En ese tiempo yo tenía un amigo y dos conocidos que eran “gay”, que por entonces significaba “alegre” y no tenía la connotación actual, así se podía decir “the kids were enjoying the gay season by the sea” y uno leía que los niños saltaban y jugaban alegremente en la playa y nadie pensaba en que Juan y José pudieran estar abrazándose y besándose a la orilla del mar, sin que se provocara un escándalo que podría llegar a la repulsa violenta de encontrárselos en flagrante fellatio detrás de un médano. Eran homosexuales a escondidas y deben haber sufrido horrores, al punto que mi amigo, que además era hijo de un Almirante, se fue a vivir su sexualidad a California. Uno de los otros se pegó un tiro a los 18 años. Al restante, los padres, que eran del Opus Dei lo hicieron cura y hoy está preso por abusar de niños de la parroquia de la villa donde “ejercía su apostolado”. Mi amigo murió de siuda.
Cosas que suceden cuando el “Atrévete a Pesar” es entendido como saber es poder y se reduce a “obedece y sanseacabo´”.
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