MEMORIA

Pero también es cierto que por las calles de New York donde me vino la idea del iceberg, yo no era un rompehielos sino otro inmenso bloque helado, flotando a la deriva, que guardaba bajo la superficie mi secreto y que mi memoria era el tronco al que me aferraba para no hundirme en el mar y que en la necesidad de viajar también hay algo de “I would prefer not to”. Es mi soporte para intentar eludir el inevitable “naufragué, venía navegando bien”, que Nietzsche toma prestado de Schopenhauer y que representa lo que para otros el dinero, la fama, el sexo.

Caminar New York, Londres, India, ir a Alaska, Mongolia, Falkinas es ser consciente que camino por futuras Machu Picchus, Babilonias, Capadocias, Troyas, Bizancios. Saber de alguna misteriosa manera que la humanidad y toda nuestra historia somos como Petit haciendo equilibrio en el cable tendido entre las Torres Gemelas, pero 10 minutos antes que el primer avión se estrellara contra una de ellas. La memoria que soy, es a un tiempo la asociación entre Wakefield y Bartleby, una lucha constante entre Heráclito y Parménides, un río al que entro que eternamente no es el mismo; aunque Walter Benjamin me dice que “el recuerdo puede hacer de lo incumplido (la felicidad), algo cumplido, y de lo cumplido (el dolor) algo incumplido”.

Quien sea que esté narrando “Funes el Memorioso”, señala que ” tal vez todos sabemos profundamente que somos inmortales y que tarde o temprano, todo hombre hará todas las cosas y sabrá todo”.

Comments

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *