CRETA
Es la isla de Creta, es la garganta de Samaria, es el día que cumplo 33 años, como ayer cumplí 32 en la Bahía de Bengala y antes de ayer 31 en Rye en South Sussex y un año antes 30 en la Mancha del Quijote y 30 más atrás nacía en Buenos Aires, en el porteño barrio de Recoleta; cuando la Argentina estaba poblada mpor 16 millones de habitantes, el mismo número que poblaba Francia, 400 años antes, en 1548.
Me gusta eso de haber nacido cerca de un gran cementerio, es como para que tenga siempre presente “Memento, homo, quia pulvis es, et en pulverem reverteris”, después The End, That’s All Falks, pues a caminar la vida y a gozarla y dejar que cada uno la goce como quiera, sepa y pueda. Como al río, me es indiferente que el gavilán mixto acabe de decapitar a la cotorrita verde o que dos hombres copulen a la orilla del Ceze. Que cada uno atienda su juego.
Estuve en Atenas, caminé el Partenón, me inquietó, en el Museo Arqueológico, el mecanismo de Antiquitera, una especie de computadora del sigloI AC. De la polis no queda nada. Las civilizaciones, como nosotros, tenemos un tiempo y un día, éste se agota y dejamos paso a otra concepción, a otro grado de ignorancia.
Estoy en Creta, camino por senderos donde hace más de 4000 años pasaban individuos similares a estos que me saludan. En el museo me entero que en 1600 AC, Creta se expande a la Grecia continental y en 1400 AC, el legendario rey Minos construye el palacio de Knossos.
Aquí ,en San Isidro, abro la bitácora del viaje, es 1981, los dibujos me dicen que en Lakki, donde habíamos llegado en omnibus desde Xania comenzamos a caminar. Lakki tiene una iglesia ortodoxa blanca como la harina, con cúpula celeste como el cielo de San Isidro en las tardes de abril. Hay naranjos, olivos, cabras, ovejas u ortodoxos que hasta donde sé, significa legítimos; fieles seguidores pero no de Roma, de la que se separaron en 1054.
Caminamos, 4 alemanes, 2 norteamericanas y yo, 14 kilómetros hasta Omalos y luego por el rocoso sendero de la garganta de Samaria, son 18 kilómetros de piedras y árboles caídos que hay que saltar o pasar por debajo, hay que vadear varias veces el río hasta que exhaustos llegamos a Agia Roumelli.
Al día siguiente festejamos en Loutro con pescados que llegan a tierra de manera poco ortodoxa. Los pescadores arrojan cartuchos de dinamita y luego recogen los restos del iccidio. Un acto contra natura. Festejamos mi cumpleaños con ouzo y pescados. Las chicas norteamericanas eran Pat, que era agrónoma y su novia Anne, que era bailarina, dos de los alemanes eran médicos y los otros dos estudiantes de ingeniería tecnológica, hoy diríamos algo así como IA de acuerdo a la larga explicación muy cargada de ouzo, que además hizo que Anne dijera que por lo que recordaba de la Biblia, siempre había imaginado que Samaria estaba en el desierto, lo que provocó la burla de Klauss y la defensa exagerada de Pat por su amiga y una serie de sandeces histórico religiosas que aumentaron la tensión de una manera ridícula, entonces Hans Peter, uno de los médicos, sacó un pequeño libro de poemas y leyó: “Twenty men crossing a bridge into a village, are twenty men crossing twenty bridges into twenty villages, or one man crossing a single bridge into a village”, de Wallace Stevens.
En una pareja con 25 ó 30 años de convivencia, cuando uno dice ¡Te amo! ¿Qué entiende el otro? ¿Samaria o la casa de té de la luna de agosto en Chos Malal?
POR LISBOA DE LA MANO DE PESSOA
Camino por Lisboa dejándome llevar por la guía de turismo “Lo que el turista debe ver” de Fernando Pessoa.
Pessoa (1888-1935) que es no sólo persona, sino máscara y nada (tal vez por eso haya sido tantos). Me alojo en el hotel Borges, que está en los altos del Café La Brasileira, que en una de sus mesas sobre la vereda, tiene sentado a un ferroso Pessoa de traje y sombrero, escribiendo. Vecino al hotel, está la librería más antigua del mundo, Bertrand de 1732.
A la vuelta, sentado en un umbral, el “verruguete”, apodo que le pusieron a un mendigo a quien le chorrea una suerte de quiste sebáceo o verruga de al menos 20 centímetros que deja en el piso una aureola, como si quisiera él también erigir su propia estatua.
Lobo Antúnez (1942), se pregunta si un hombre que nunca ha follado puede ser buen escritor (está hablando de Pessoa). No le gusta Pessoa, quien en el “Libro del Desasosiego” escribe sobre una muchacha de aspecto masculino: “Un ente humano vulgar dirá de ella: ‘esa muchacha parece un muchacho’, otra: ‘ese muchacho’, yo diré: ‘esa muchacho’. No habré hablado, habré dicho. Después de algunas consideraciones, agrega Pessoa, “Obedezca a la gramática quien no sabe pensar lo que siente”.
Abordo el tren en Lisboa con destino a Coimbra.
Son las 6 am, me acaba de despertar el grito de un gallo en la medieval Coimbra. Estoy alojado en una posada en el tercer piso de una vieja y un tanto destartalada casa ubicada frente a la iglesia de ls Santa Cruz. El calor, durante la noche superó los 42 grados y entre los festejos que había en la plaza y luego la llegada de los limpiadores con sus máquinas barredoras y sus máquinas recolectoras de botellas de vidrio y sus máquinas compactadoras de envases de aluminio laminado, sus mangueras, sus gritos, más el continuo aletear de las palomas, hicieron imposible mi descanso.
Tengo entre mis piernas trece crucifijos. Apoyé mis pies sobre el marco de bronce de la cama, tengo las piernas abiertas en V, y en esa figura han quedado enmarcadas las cruces, que adornan la fachada de la iglesia, pero tienen que haber sido más, ya que hay vestigios de otras (un resto de brazo horizontal que cuelga inclinado, próximo a un nicho, un resabio verdoso enmohecido, estampado como si fuera la aureola de un fantasma), dejan ver claramente la ausencia.
El cuarto que habito da a la altura del coro que está adornado con escudos nobiliarios y ángeles con clarines. La iglesia es de 1131. Hace 900 años, cientos de hombres llegaban a este lugar a poner piedra sobre piedra ¿Habrá habido albañiles judíos trabajando? ¿Cuántas horas pasarían sobre los andamios? ¿Muertos por caídas, aplastados por un bloque de piedra? ¿Pararían para sacar de su morral una hogaza de pan embebida en aceite de oliva o algún caldo sobrante de la noche anterior? ¿Se pondrían en la boca un suplemento de azúcar?, que era lo que los soldados que partían en ese tiempo a la primera Cruzada, hacían para paliar la hambruna en el asalto de Acre.
Mi inusual posición corporal, tan impúdica frente a la representación de lo sagrado, “V”, la novela de Thomas Pynchon, ese huidizo de los cenáculos literarios. He escrito Acre. Entre 1978 y 1979 trabajé en Long Acre Street, Covent Garden en el restaurant “Tango”, a corta distancia del Gran Templo de la Masonería. Hay un mural en Los Ángeles, donde esa mística norteamericana del destino manifiesto está señalada mostrando la trayectoria histórica de la masonería que tiene en Acre uno de los hitos, y California, está marcada como uno de los lugares de llegada. Fue en San Francisco, precisamente en Colombus Avenue 722-728 que es el lasndmark 408 como el “birthplace of Freemasonery in California” donde el 17 de octubre de 1849 se llevó a cabo el primer encuentro de libres y aceptados masones en el Golden State, celebrada por la Logia número 1.
Masones, albañiles, hermanos construyendo el templo. Albañiles de Coimbra levantando la iglesia de la Santa Cruz en 1131. Coimbra, el nombre es musical como la lengua portuguesa. Primera vez que estoy aquí, pero el nombre me viene de lejos, ¿Cuándo? ¿Por qué?, ¿En que circunstancias lo escuché por primera vez? No lo sé. Universidad de larga data, fundada en 1290 en Lisboa y trasladada aquí en 1537, reinaba el español Felipe II y I de Portugal. Mi ignorancia es grande con respecto a la ciudad, pero me agrada y me gusta este halo de misterio; es uno de los placeres de los viajes: descubrir, abandonarse al instinto, lejos de guías, de referencia previas.
Pensar lo que se siente sí, pero también sentir lo que se piensa.
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